NUNCA NOS CONTARON EL EPÍLOGO DE LOS AMORES DE VERANO
Basta que alguien me piense
para ser un recuerdo
Oliverio Girondo
Si
la juventud supiera que ser joven es recordarlo todo
y
decir que sí aunque se diga sí
y
alzar tu voz de generación partida
tu
sílaba átona de porvenires
para arrancar las hojas que, perennes, se agitan,
si lo supieran ayer, hoy, septiembre, o mañana,
quizá
cambiara el mundo
quizá
retrocedieran los relojes
quizá
amaneciera más tarde
y
duraran más profundas las noches
regresarían para
tenerte o tener nostalgia de tenerte
y no pensar en qué momento llegaría la vida
a
decirnos que no somos eternos
que
nos busquemos en el olvido
después que termine agosto
que
negociemos la melancolía lentamente
antes que termine agosto
a decirnos que llegaría la lluvia repitiendo su nombre por las calles ya mojadas
que
aquel fue el último beso
que
capitulemos el amor, que es sólo amor,
y
que la derrota hay que aceptarla pronto
y
que el silencio no es nada si no eres ciego
y que ser joven era recordarlo todo
y
que nos hemos salvado para nada
y
que hemos pagado el alto precio del tiempo
-primavera,
verano, otoño, invierno, octubre, martes-
y
que no se admiten devoluciones.
¿PARA QUÉ EL OTOÑO?
¿Para qué el otoño, su sábana
amarilla, el largo
lamento de noviembre tras el octubre
siempre ajeno o de otros?
El otoño es un anciano que no ha cumplido sus promesas.
¿Para qué el otoño?
Aparece como el vientre de las nubes,
abierto, sin fecha concreta. Tal almanaque de voces.
Fascina su pulso, lleno
de peligro antiguo, recordando
que dio vida a lo que hoy te ahoga.
¿Para qué el otoño, su campana?
La respuesta, quizá, tras los vidrios.
Los niños mirando el recorrer de las gotas,
los amantes en su primer beso, los vencidos.
La lámpara dice que es otoño.
En el metro, en los periódicos,
se fustiga con su nombre:
dice otoño, otoño, otoño.
Dice otoño con tres vocales nuevas.
Dice otoño con cinco espejos átonos.
Árboles, ojos, el silencio
lo reclaman como a punto de rendirse.
Nada como el otoño para desbrozar las interrogaciones.
Todas las melancolías acaban siendo la misma melancolía.
¿Para qué el otoño, su cedazo
hacia el invierno?
El otoño sólo sirve como eterno marcapáginas.
Por eso siempre se regresa:
por si algo continúa.