Mira,
te seré sincera, no sé por qué te escribo, será que tengo tiempo, más
tiempo que nunca, que espero que te acuerdes, era de lo que siempre te
quejabas, del tiempo y de que no estábamos juntos, y si me vieras ahora, todo el
día en casa, llena de ojeras, ojeras largas y tristes que solo se cortan en la
marca de la mascarilla, que no es obligatoria pero sí pertinente, eso dicen,
cada vez que salgo me la pongo y llego a casa y oye, se me olvida quitármela,
pero así me da la sensación de que conciencio a los vecinos, y a tu padre, que
está allí, tan solo, en el hospital, que querría ir cada día, como hasta ahora
antes de esto, no ya porque te hiciera la promesa en tu lecho de muerte, que
también, sino porque de tantos años que te fuiste a tu padre le he cogido el
cariño que él no me tuvo hasta que fui tu viuda, y el Alzheimer le ayudó, no
hay duda, pero ahora es todo amor, que me da una pena que olvidar le haya hecho
más feliz, menos él, no sé si me explico, pero da igual, tú me entendías, aunque
menos mal que no estás viendo esto, ni lo suyo ni lo del mundo, porque con tus
teorías conspiranoicas y que siempre tenías la última palabra, la casa ahora
sería un suplicio y los niños estarían revolucionados, que si ya me cuesta que
se estén quietos en un día normal, con Andrea bueno, pero Iván y Alejo, dos
comecocos, e imagínate ahora, que para que hagan la tarea me tengo que poner
con ellos y me explican cada cosa que la cabeza me da vueltas y vueltas y luego
y mientras y al revés y viceversa, cariño, que hago todo lo de la casa y lo
vuelvo a hacer, que nos podemos aún contagiar, que esto no acaba, y a la tarde
ya muy tarde Patricia, la enfermera, que se parece a tu hermana, qué
casualidad, nos hace una videollamada desde su cama, y el otro día con las
lágrimas, que puede ser la última vez que vea a tu padre, y me despedí de él
como si me despidiera otra vez de ti, que hasta ella lloró, que llora como yo,
todos los días me dice, la pobre, las mascarillas mojadas veinticuatro horas,
el cielo y el infierno puede ser aquello se le escapa, blanco y verde, claro, que para eso es un hospital, y venga
llorar, que luego me entró un estremecimiento en el supermercado que casi me
desmayo y me dio repelús agarrarme a una balda, por si alguien había tosido,
paranoica estoy, de veras, que hice la compra y metí una botella de vino de más para regalársela a
la cajera, a ver si me sonreía, otra pobre, allí sentada, con más turnos que en
Navidad, que ya hasta piden el Príncipe de Asturias, o el Princesa, no me
acuerdo de cuál es, pero el caso es que lo están pidiendo para quienes están
trabajando en estas circunstancias, médicos y camioneras y reponedores, todos a
una, y ojalá se lo den, ojalá, que lo escuché en la radio, que hacía que no la
escuchaba desde que te dio el ictus y no había cambiado la emisora, pero lo que
dijo la locutora me dejó pensando y pensé que ojalá se los den, a toda esa
gente, pero no solo el reconocimiento, sino también un aumento, que ya te
imaginaba detrás de la oreja, con tu comunismo de sofá, que el capitalismo es
incapaz de descansar una semana dirías, y normal, cariño, normal, si es que el
capitalismo tiene nombre de señoro, como dice ahora tu hija, porque fíjate, que
el otro día salí al balcón, que salía por los aplausos, porque los escuché y
supe que eran las ocho, que ya te decía, el tiempo se escurre, los relojes no
sirven para nada, y salí y la vecina llorando, otra, que hasta ayer me hablaba
de su niño estudiando y ahora el niño se ha venido de Madrid, que está estudiando
no sé qué de empresa, y como ella tiene dinero, tú lo sabes, que la odiabas, le
pagó el billete y se lo trajo, que aquí no había nadie malo, y ahora bueno,
pero el edificio la perdonó, qué íbamos a hacer, se lo trajo sin saber que se
traía a un infectado, y ella y el niño lo han pasado, asintomáticos les llaman,
pero el marido sigue ingresado, y ella llorando, y el niño llorando también,
que piensa que va a matar al padre, o peor, que lo va a convertir en un número,
en una cifra, que ahora todos los nombres son esos, cifras, no muertos, sino
quinientos menos que la semana pasada, como si eso ayudara, que ya ves tú, el
número de la esperanza vamos, qué pena los muertos pero también el muerto, que
es solo uno y así descanse, que menos mal que a ti te cogió la muerte hace unos
años, que menudo miedo ahora con tu asma, cariño, que siento si no te he
hablado mucho en estos años, que no podía o no quería, o que no tenía tiempo y
mírame ahora, yo qué sé llorando otra vez, la verdad que no entiendo para qué
te hablo, yo creo que por desahogarme, porque estoy harta de hacer bizcochos y
de llorar a solas, y porque te he echado de menos, ya te lo digo, que no sé
para qué tuviste que morirte, con lo que hubieras disfrutado tú de esto, de la
casa entera con los niños y conmigo, que seguro que llorábamos juntos, viendo
al presidente decir que el virus los vencemos entre todos, fíjate tú que frase,
como si fuera uno de esos presidentes de las películas de serie B americanas
que tanto te gustaban. Ay, amor, menos mal que te tengo…