lunes, 13 de abril de 2020

Película de serie B americana


Mira, te seré sincera, no sé por qué te escribo, será que tengo tiempo, más tiempo que nunca, que espero que te acuerdes, era de lo que siempre te quejabas, del tiempo y de que no estábamos juntos, y si me vieras ahora, todo el día en casa, llena de ojeras, ojeras largas y tristes que solo se cortan en la marca de la mascarilla, que no es obligatoria pero sí pertinente, eso dicen, cada vez que salgo me la pongo y llego a casa y oye, se me olvida quitármela, pero así me da la sensación de que conciencio a los vecinos, y a tu padre, que está allí, tan solo, en el hospital, que querría ir cada día, como hasta ahora antes de esto, no ya porque te hiciera la promesa en tu lecho de muerte, que también, sino porque de tantos años que te fuiste a tu padre le he cogido el cariño que él no me tuvo hasta que fui tu viuda, y el Alzheimer le ayudó, no hay duda, pero ahora es todo amor, que me da una pena que olvidar le haya hecho más feliz, menos él, no sé si me explico, pero da igual, tú me entendías, aunque menos mal que no estás viendo esto, ni lo suyo ni lo del mundo, porque con tus teorías conspiranoicas y que siempre tenías la última palabra, la casa ahora sería un suplicio y los niños estarían revolucionados, que si ya me cuesta que se estén quietos en un día normal, con Andrea bueno, pero Iván y Alejo, dos comecocos, e imagínate ahora, que para que hagan la tarea me tengo que poner con ellos y me explican cada cosa que la cabeza me da vueltas y vueltas y luego y mientras y al revés y viceversa, cariño, que hago todo lo de la casa y lo vuelvo a hacer, que nos podemos aún contagiar, que esto no acaba, y a la tarde ya muy tarde Patricia, la enfermera, que se parece a tu hermana, qué casualidad, nos hace una videollamada desde su cama, y el otro día con las lágrimas, que puede ser la última vez que vea a tu padre, y me despedí de él como si me despidiera otra vez de ti, que hasta ella lloró, que llora como yo, todos los días me dice, la pobre, las mascarillas mojadas veinticuatro horas, el cielo y el infierno puede ser aquello se le escapa, blanco y verde, claro, que para eso es un hospital, y venga llorar, que luego me entró un estremecimiento en el supermercado que casi me desmayo y me dio repelús agarrarme a una balda, por si alguien había tosido, paranoica estoy, de veras, que hice la compra y metí una botella de vino de más para regalársela a la cajera, a ver si me sonreía, otra pobre, allí sentada, con más turnos que en Navidad, que ya hasta piden el Príncipe de Asturias, o el Princesa, no me acuerdo de cuál es, pero el caso es que lo están pidiendo para quienes están trabajando en estas circunstancias, médicos y camioneras y reponedores, todos a una, y ojalá se lo den, ojalá, que lo escuché en la radio, que hacía que no la escuchaba desde que te dio el ictus y no había cambiado la emisora, pero lo que dijo la locutora me dejó pensando y pensé que ojalá se los den, a toda esa gente, pero no solo el reconocimiento, sino también un aumento, que ya te imaginaba detrás de la oreja, con tu comunismo de sofá, que el capitalismo es incapaz de descansar una semana dirías, y normal, cariño, normal, si es que el capitalismo tiene nombre de señoro, como dice ahora tu hija, porque fíjate, que el otro día salí al balcón, que salía por los aplausos, porque los escuché y supe que eran las ocho, que ya te decía, el tiempo se escurre, los relojes no sirven para nada, y salí y la vecina llorando, otra, que hasta ayer me hablaba de su niño estudiando y ahora el niño se ha venido de Madrid, que está estudiando no sé qué de empresa, y como ella tiene dinero, tú lo sabes, que la odiabas, le pagó el billete y se lo trajo, que aquí no había nadie malo, y ahora bueno, pero el edificio la perdonó, qué íbamos a hacer, se lo trajo sin saber que se traía a un infectado, y ella y el niño lo han pasado, asintomáticos les llaman, pero el marido sigue ingresado, y ella llorando, y el niño llorando también, que piensa que va a matar al padre, o peor, que lo va a convertir en un número, en una cifra, que ahora todos los nombres son esos, cifras, no muertos, sino quinientos menos que la semana pasada, como si eso ayudara, que ya ves tú, el número de la esperanza vamos, qué pena los muertos pero también el muerto, que es solo uno y así descanse, que menos mal que a ti te cogió la muerte hace unos años, que menudo miedo ahora con tu asma, cariño, que siento si no te he hablado mucho en estos años, que no podía o no quería, o que no tenía tiempo y mírame ahora, yo qué sé llorando otra vez, la verdad que no entiendo para qué te hablo, yo creo que por desahogarme, porque estoy harta de hacer bizcochos y de llorar a solas, y porque te he echado de menos, ya te lo digo, que no sé para qué tuviste que morirte, con lo que hubieras disfrutado tú de esto, de la casa entera con los niños y conmigo, que seguro que llorábamos juntos, viendo al presidente decir que el virus los vencemos entre todos, fíjate tú que frase, como si fuera uno de esos presidentes de las películas de serie B americanas que tanto te gustaban. Ay, amor, menos mal que te tengo…

domingo, 22 de septiembre de 2019

Pareces tonta


En aquel aeropuerto todos los aviones parecían estar tristes, con el morro hacia la pista, desubicados y contraproducentes. Miembros agónicos de un capitalismo insostenible, petrolero, brutal (porque decía Pavese que viajar es una brutalidad).

Nerea miraba desde el ventanal cómo amanecía. Pensaba que había sido un error ponerse los pantalones de cuero para pasar la noche en la terminal. Pero los había traído para al día siguiente de la despedida de soltera de su hermana Elena seguir aparentando una fortaleza basada ilógicamente en la figura que aún conservaba y con la que se luciría. Quería verse guapa y que le dijeran guapa. Se planteó si eso no iba en contra de sus ideales. La respuesta fue negativa. Ser deseada, en ese momento, le parecía lo más cercano al comunismo.

Fran, empresario, le había puesto los cuernos después de 10 años de relación y, aunque al principio solo quería arrancarle los párpados para que nunca pudiera dejar de ver el dolor que le había causado, luego pensó que no contestar a sus mensajes y una total indiferencia (más desdén) por aquel por quien te tatuaste medio corazón en la muñeca era un castigo más acorde al siglo en el que vivía. Y a la socialdemocracia que él tanto defendía.

Nerea no se atrevía a evidenciar con su terrible silencio la amarga derrota que sigue a cierto amor infinito. Por eso miraba los aviones.

Se giró cuando oyó su nombre y le resultó muy extraño reaccionar tan efusivamente (abrazo, dos besos y expresión animal de alegría) al ver a su antigua psicóloga, Jimena. Tres preguntas después del '¿cómo estás?' de rigor, Jimena le contaba que había superado un cáncer, que su hijo había tenido problemas con las drogas y otras tantas desgracias, muy variadas, pensó Nerea, que no comprendía muy bien por qué le contaba estas cosas precisamente en un aeropuerto.

'Pues no sé, ¿porque puede ser el punto de partida de algo, quizá?', dijo Jimena, intentado darle un sentido a la situación, aunque se le pusieron tonalidades serias a su rostro cuando Nerea le contestó que también podían ser el final.

Jimena retomó entonces su antiguo papel y le preguntó si era alguna clase de final por lo que estaba mirando la pista, que ya era de ese color marrón que tiene el alquitrán ante el Sol pronunciado de la mañana.

'No, no es el final de nada. Fran me engañó y le dejé. Mírame, estoy guapísima sin él. Y mi hermana menor se casa y me alegro por ella, va a ser precioso todo, pero su novio ha intentado ligar conmigo. Y, sinceramente, me siento mal, pero masturbé pensando en eso. Y tú recuerdas mis problemas con el orgasmo. El caso, que aquello que me enseñaste del poema ese de Ítaca de cuanto más largo el viaje, mejor, pues no, porque la mierda esta del capitalismo nos ha vendido el final feliz y yo no soy feliz, aunque mi Instagram diga lo contrario porque a veces sí soy feliz. Como que conozco la felicidad por momentos. Creo que estoy en alguna crisis. Y lo veo todo muy negro. Soy muy independiente y eso me hace verlo todo negro sola, ¿sabes lo que te digo?. Así que esto no es el final de nada, solo miraba por el ventanal este porque quería comprender por qué la gente aprecia tanto viajar si es poner los pies en la tierra y empezar a hundirse la vida', dijo Nerea, que resopló.

Jimena, como si supiera que alguna vez le harían esa pregunta tras todas sus tragedias, meditó poco antes de responder la frase que había estado barruntando sus 58 años en aquella capital de provincia con aeropuerto: 'Pues chica, pareces tonta: porque tendremos que saber lo alto que podemos llegar, ¿no?'.


Los átomos olvidados

Hay que haber visitado mucho tus raíces antes de que se te permita dejar allí un átomo o viajar hasta otro reino. En el Audi A80, que mi padre conducía mientras sonaba Cat Stevens, íbamos hacia aquel pueblo cuyo nombre yo solo conocía con el tono de voz de mi abuela.

-         - Este viejo trasto siempre da problemas a la subida. Cualquier día me compro uno nuevo y este que se oxide y se pudra. Uno mejor, más nuevo.

-         - ¡Y ecológico! – grité con una voz diminuta  por lo que había escuchado decir a Jaime tres días antes en clase (“Mi padre se ha comprado un coche largo, azul y ecológico”, dijo, y aprendí antes la palabra que su significado).

-         - Eso para ti cuando seas mayor. Yo ya soy antiguo. – sentenció mi padre. Y mi abuela me miró y me dio la mano.

En la plaza principal nos esperaban todos como si volviésemos de la guerra o como si no hiciésemos lo mismo cada año. Olía a pitanza de cerdo y al primer humo de la leña aún húmeda. Llegaras cuando llegaras, siempre daba la sensación de que eran las siete de la tarde en aquel pueblo coronado por un castillo, con Teresa haciendo ganchillo en la misma calle en la que mataron a su hermano muchos años antes y del que ya no recordaba ni el rostro.

Apenas se tardaba unos segundos en adaptar el oído al acento. ‘¿Qué tal nel viaje?’. Y entrábamos por la puerta, que hacía un sonido ácido al abrirse, y veíamos el polvo en suspensión y desencajábamos las ventanas y yo me salía a ver la sangre de la matanza correr por la calle en la que siempre parecían estar matando al hermano de Teresa muchas veces mucho antes.

Me gustaban aquellos viajes porque detenían el reloj en un tiempo que yo no conocía. Con los años descubrí que el cosmopolita mira siempre con ojos de ladrón, observando cómo se hace en esos sitios para mantener la felicidad y llevársela consigo, cómo se hace para darle su importancia a lo sencillo, para ser más telúrico, menos eterno (con las mínimas excepciones de quienes no buscan la eternidad desmesuradamente).

Hemos regresado al pueblo estos días. En un coche “ecológico y sostenible”, como dice mi sobrina. Palabras hermosas y largas, como coronadas por castillos, pienso. Conduce mi hermano, al que no le gustó nunca el olor de la pitanza y le daba miedo la sangre que corría delante de Teresa. Vamos a ponerle flores a la tumba de la abuela. Ahí sigue tejiendo Teresa, más de cien años. Ahora, la costumbre es su única memoria. ‘¿Qué tal nel viaje?’. “Tranquilo, este trasto no consume nada”, responde mi hermano. Son la siete de la tarde, o eso creo, y el humo vuelve a ser el primero. Y hay el mismo polvo de otro tiempo. Y todo hace ese sonido oxidado.

Hoy espero haber sido digno y que un átomo permanezca siempre aquí. Para regresar o para no ser tan eterno. No sé tampoco cómo volveré, porque no tengo coche, le tengo fobia. No quiero girar una curva y dejar atrás un reino. Yo creo que me da miedo conducir porque en la vida he sido siempre un pasajero.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Concurso de Poesía de Otoño en Zenda


NUNCA NOS CONTARON EL EPÍLOGO DE LOS AMORES DE VERANO

Basta que alguien me piense

para ser un recuerdo
Oliverio Girondo

Si la juventud supiera que ser joven es recordarlo todo
y decir que sí aunque se diga sí
y alzar tu voz de generación partida
tu sílaba átona de porvenires
para arrancar las hojas que, perennes, se agitan,
si lo supieran ayer, hoy, septiembre, o mañana,
quizá cambiara el mundo
quizá retrocedieran los relojes
quizá amaneciera más tarde
y duraran más profundas las noches
de nuevo las noches de verano
regresarían para tenerte o tener nostalgia de tenerte
y no pensar en qué momento llegaría la vida
a decirnos que no somos eternos
que nos busquemos en el olvido
después que termine agosto
que negociemos la melancolía lentamente
antes que termine agosto
a decirnos que llegaría la lluvia repitiendo su nombre por las calles ya mojadas
que aquel fue el último beso
que capitulemos el amor, que es sólo amor,
y que la derrota hay que aceptarla pronto
y que el silencio no es nada si no eres ciego
y que ser joven era recordarlo todo
y que nos hemos salvado para nada
y que hemos pagado el alto precio del tiempo
-primavera, verano, otoño, invierno, octubre, martes-
y que no se admiten devoluciones.









¿PARA QUÉ EL OTOÑO?

¿Para qué el otoño, su sábana
amarilla, el largo
lamento de noviembre tras el octubre
siempre ajeno o de otros?

El otoño es un anciano que no ha cumplido sus promesas.

¿Para qué el otoño?
Aparece como el vientre de las nubes,
abierto, sin fecha concreta. Tal almanaque de voces.
Fascina su pulso, lleno
de peligro antiguo, recordando
que dio vida a lo que hoy te ahoga.

¿Para qué el otoño, su campana?
La respuesta, quizá, tras los vidrios.
Los niños mirando el recorrer de las gotas,
los amantes en su primer beso, los vencidos.

La lámpara dice que es otoño.
En el metro, en los periódicos,
se fustiga con su nombre:
dice otoño, otoño, otoño.
Dice otoño con tres vocales nuevas.
Dice otoño con cinco espejos átonos.

Árboles, ojos, el silencio
lo reclaman como a punto de rendirse.

Nada como el otoño para desbrozar las interrogaciones.
Todas las melancolías acaban siendo la misma melancolía.
¿Para qué el otoño, su cedazo
hacia el invierno?

El otoño sólo sirve como eterno marcapáginas.
Por eso siempre se regresa:
por si algo continúa.

lunes, 30 de julio de 2018

Concurso de Poesía #pasionesdeverano de Zenda



EL ALBA


Nada nos decíamos. Sólo se oía
el torpe discurso del mar antes del alba.

Era
realmente difícil pronunciar el adiós
en los breves tiempos
que nos iba dejando la tartamuda orilla.

Y amanecía.
                        La aurora
lo empujaba todo luz a luz
y metro a metro
el agua se llenaba la boca de arena.

Casi nos mojamos de avaricia de amor.

Nos levantamos en silencio. Puede
que te nombrara algo incorrecto
si te hablé de otro fracaso.

Las gaviotas nos juzgaban, la playa
ya no era el eco de lo que fue en la noche.

Amanecía, yo lo sé
por el cielo ensangrentado de nuestro color favorito.

Y de pie, sin más sonidos,
seguía el mar torpemente su discurso. Siempre
alguien olvida cuándo no decir nada.

                                                           Era
sinceramente difícil concretar el final
en el largo tiempo
que duró nuestro orgullo.

Hubiera sido
más sencillo
dejar que el nuevo día hablara por sí solo.



LEONARD COHEN

                                   But lets leave these lovers wondering
                                   why they cannot have each other,
                                   and let's sing another song, boys,
                                   this one has grown old and bitter...

Es más litúrgica la cama que no espera,
es más elocuente el semen como bestia
está más desnuda tu mirada que no miro
porque en ese campo ya hundí todas mis bocas
y todo mi tuétano se volvió un mal demonio
pues en cada recuerdo habita un espejismo
una ilusión de que el barco ya no es pecio
sino un fulgor triunfal entre los diques
del astillero del futuro que no llega
y entro en mi cama como se entra en las escuelas
a aprender a olvidarte como se olvidan los hijos
del vientre y del juguete que se oxida
como se olvida el mar del marinero
como se rompe una ventana con un libro
de poemas que cayeron en veranos
de historias tan salvajes que ahora vuelan
donde nunca hicieron nido los fantasmas
porque hicimos de lo oscuro un territorio
que sólo pueden habitar los que no fuimos
y cierro los ojos con actitudes lejanísimas
al sentir un frío tenaz como una lluvia
golpeando el alféizar, llamándome a filas
a volver a escribirte que no te echo de menos
que si acaso escribir tiene razón para los locos
no soy menos cuerdo por decirte una mentira
por tratar de comprender a los ahorcados
por querer vender quincalla de nostalgia
al dios misericordioso de algún mito
y sueño que no sueño que te tengo
aún entre mis brazos como en un mal almanaque
que me sé cada taxi que pasa por tu puerta
cada verbo que usas con extraños
cada lunar cobijado entre tus senos
porque amar tiene un cielo reservado
para aquellos que han sabido pecar.
                                                           Y supimos.

Pero no ignores que yo también puedo abandonarte
que la derrota es un tren que no negocia
que desconoces de mí lo que yo mismo desconozco
que negarnos será sólo cuestión de perder el infinito.

jueves, 21 de junio de 2018

Maestro

Acababa de cumplir los 16 años y casi le parecía obra del destino en el que no creía que aquel cúmulo de casualidades se hubiera dado en tal breve lapso de tiempo.

Había visto hacía una semana una película de Ricardo Darín donde le decían lo que ciertas noches, tras el partido, decía su maestro."El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión". A excepción del vocativo, su maestro suscribiría cada palabra.

Dos días más tarde, una radio local estaba, con motivo de la final del domingo, emitiendo un especial de canciones sobre fútbol. Mientras limpiaba sus botas, sonó Garrincha, en voz de Olga Manzano y Manuel Picón. "¿Quién/ se llevó de pronto de la multitud?/ ¿Quién/ le robó de pronto la juventud?/ ¿Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón?/ ¿Quién le enredó en las sombras la pierna, el flanco y el corazón?/ ¿Quién/ le llenó su copa en la soledad?/ ¿Quién/ lo empujó de golpe a la realidad?/ ¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez?/ ¿Quién le gritó en la cara 'usted no es nada, ya no es usted'?". Parecían aquellos versos la viva imagen de su maestro, cuando este tenía 34 años, como tantas veces le había contado.

Y ya por último, había empezado a leer un libro de la biblioteca que su maestro tenía subrayado hasta casi los bordes de las páginas. Era de Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas, y aquel personaje, Humberto J. D'Arcángelo, con sus diatribas futbolísticas, con el pibe siempre en la boca, le recordaba a su maestro -quizá por eso más de un lápiz sucumbió a sus capítulos-.

Para más inri, todas las referencias eran de allá, de Argentina, donde jugó su maestro, que con el tiempo había adoptado aquel acento extraño que tan profunda risa le provocaba. Así que fue a la tasca de la esquina.

Allí estaba, con su copita de moscatel, su maestro. A pocos -ninguno era mucho decir- les había visto poner el balón en la escuadra con tan poca carrerilla. Luna el mediodía y aún no llegó la caló a su epresión másima. Cómo va pegá el Munana hoy, pibe. Se le acercó y, casi gritando, por la sordera de burro que arrastraba, soltó: "Maestro, ¿va a ver el partido?". Con la mirada fija, como en los buenos penaltis, le cogió del brazo -como en los malos-. Coge silla, carajo, que tengo qu'hablarte de limportante. ¡No te vaya tan lejo, Jacobo, y pon aquí otra copita, ca ya bebió el Papan Roma, y pon tambié un café blanco como línea de cal!. "No tomo café, ya lo sabes, maestro". Cuan ante aprenda, mejó, pibe. Lo café son bueno porque mantiene la cabesa en efervehsensia. Nuna ditrasión. Al gol, namás. Alanteyatrá, pero al gol, que sin el go son novanta minuto eterno. Jacobo regresó y puso el vaso y la copa y ambos los cogió el maestro y apoyó los codos sobre la mesa y los arrastró un palmo, al mismo tiempo. ¿Te contao guna ve cómo se la hise a Gutierré el rubio en el novantatré y la puse pa que el sueco rematara, sín, picaíta, a la sepa? Ganamo sín lahsenso a tersera y me desían ere un maestro, gallego o pibe, qué maestría tiene en el pie, la concha tu madre. No le diga tu madre que dije eso, quin dispué me riñe.¿Que sí? No sé yo, vi pensá que ya no me quea ma que contarte. Bueno, tate, que a lo mejó no sabe cómo me tiré en el sincuenta y nueve pa blocá... ¿Sí, tambié? ¿Y la de cuando Felipe me la dio y, con la razón de mi lao, pum, fiu, una vaselinita que ni la vio el de Rosario? "Abuelo, tenemos que irnos a casa. Mamá ha terminado la comida y quiere que estés duchado y presentable, que viene la familia a ver la final". La fina, la fina... El fútbol e otra cosa, no la finale. El fútbol e corré, corré y corré, pero no huí. E dale a la estrella pa que bajen, pibe. E ponerte la camiseta y volá, dale que si volá. La cabesa pa despejá y la surda pa lo hueco. El fútbol e... otra cosa, yastá, otra cosa. No la finale. El camino. El fútbol e el camino. No si llega a la finale de repente. No si llega al área del contrario de repente. Hay que caminá musho. Caminá y corré. El camino, por Dio, limportante, qui lo dijo Cavafi. Mi me llamaron el poeta del sírculo sentrá. Una intrevista que di que marcó época. Ahí lo dije. El fútbol e el camino. El fútbol e el camino y ante del gol tú tiene que sabé recordá cómo ha llegao hastaí. Dende el meta tal utillero, quin ta dao el pase y el qui difende la contra. Recordá, recordá el camino. So e el fútbol. ¡Y luego ya marca, carajo, quel público simpasienta con lo empate! Se levantaron y de un buche se acabaron los vasos. Mañana te pago, Jacobo, apunta, como yo no hise en el setenta y uno. "Abuelo, que eso fue culpa del nuevo entrenador, que te puso de extremo". Pior, de laterá, como si yo fuera bajito y veló, muchasha. Lidia iba agarrándole del brazo para que no se cayera, llevando a su abuelo a casa. "Maestro, un consejo para tirar las faltas, que el entrenador quiere que sea yo esta tarde". No diga má, pibe, que va a hasé campeón a tu equipo. La sorpresa, sas la clave. Y pasá la barrera, como en to en la vía. Jacobo gritó cuando salían por la puerta: "¡A ganar esta tarde, Lidia! ¡Y vaya suerte la tuya, maestro, que tienes una nieta que es oro!". Se giró a duras penas, sonrío y sentenció: ¡Ma salío mediosentro!

miércoles, 21 de marzo de 2018

Polvo de estrellas


Aquel año era año de elecciones planetarias y la polémica se sirvió tarde y fría. En concreto, a unos -220ºC: Neptuno decidió en un referéndum nuclear no vinculante su independencia del Sistema Solar. Casi cualquier habitante de aquí a Andrómeda sabía de la importancia de Saturno para el comercio exterior, la riqueza mineral de su centro o sus reservas de gas amoníaco. El Presidente neptunés adujo su notable diferencia física, un sentimiento de menosprecio con respecto a otros astros. Muy pronto Júpiter mostró su disconformidad. A este le siguieron Marte, Urano y La Tierra por razones que no recuerdo bien. Todos enviaron algunas naves que repostaban en Caronte. Las malas lenguas dicen que cometieron algunos abusos en Plutón y economía oscura en el Cinturón de Kuiper. Yo sólo pensaba qué sería de mis amigos.

Fue el mismo lustro que vi por primera vez el cometa Halley. Luego lo he visto varias veces más, pero un evento como ese no se olvida. Yo iba a la UPAS, la Universidad Polimórfica de los Anillos de Saturno. Fue una noche larga, cálida, que si no me falla la memoria duró 4 eones. Allí pasaba, lenta, minuciosa, mínimamente el cometa y su larga cola de hielo, como tocando cada quásar en una travesía de faros que sólo él conocía. Me pareció envidiarlo. Su soledad sempiterna, visitando de tanto en tanto la vida, como una carta antigua.

Era fines de estío para la mayoría de planetas. Como buen joven de mi constelación, fui al Festival Intergaláctico de Música Centrípeta. Allí la conocí. Antenas rojas y cortas, ojos muy oscuros, dos bocas eternamente paralelas y de complexión delgada para lo que el trópico indica de las neptunesas. Se llamaba Tah'N'Nya.

Bastará decir que aunque nuestros satélites distaban unos pocos cientos de años/luz, no hubo banda que no oliéramos juntos ni noche que no durmiéramos solos en lo que duró el festival. Ni siquiera aquella de las Pléyades ni la siguiente, la del primer beso, en sus labios diestros, cuando la famosa supernova dentro de la Nebulosa del Águila.

No la volví a ver hasta esta tarde, tantos siglos después, cuando la han desconectado. Su hermano me ha contado cómo fue. Resultó que un mal golpe de luz en una de las cargas de la policía espacial por la prohibición del referéndum le provocó un centesimal agujero negro que la dejó sin recuerdo alguno. Como si toda su vida anterior no hubiera sucedido. A veces tengo la sensación de que un recuerdo puede ser también algo futuro. Ella pensaba igual. Su nota de suicidio decía que empezar de cero es más difícil que dar por terminado. En el hecho de que la rescataran en ese estado antes de su muerte casi veo a algún Dios, no ya por darme la oportunidad de despedirme, sino porque le había hablado a sus allegados tanto como yo hablé de ella a los míos.

Pero no lo vi. Su adiós, más que el resto, poseía algo de antimateria. El vacío se comprende mejor sin ecos. Mientras venía a casa he parado mi binave en Hidra, para tener una buena perspectiva del Sistema Solar. Allí he mirado Neptuno y cómo todo aquello no sirvió para nada. He mirado por si aparecía el cometa Halley, pero hay momentos para admirar la belleza y momentos para recordarla. Antes de irme, en el suelo, he encontrado un átomo de los restos de la supernova en la Nebulosa del Águila. Y lo he comprendido perfectamente. Somos polvo de estrellas. Mucho, mucho polvo.