jueves, 21 de junio de 2018

Maestro

Acababa de cumplir los 16 años y casi le parecía obra del destino en el que no creía que aquel cúmulo de casualidades se hubiera dado en tal breve lapso de tiempo.

Había visto hacía una semana una película de Ricardo Darín donde le decían lo que ciertas noches, tras el partido, decía su maestro."El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión". A excepción del vocativo, su maestro suscribiría cada palabra.

Dos días más tarde, una radio local estaba, con motivo de la final del domingo, emitiendo un especial de canciones sobre fútbol. Mientras limpiaba sus botas, sonó Garrincha, en voz de Olga Manzano y Manuel Picón. "¿Quién/ se llevó de pronto de la multitud?/ ¿Quién/ le robó de pronto la juventud?/ ¿Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón?/ ¿Quién le enredó en las sombras la pierna, el flanco y el corazón?/ ¿Quién/ le llenó su copa en la soledad?/ ¿Quién/ lo empujó de golpe a la realidad?/ ¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez?/ ¿Quién le gritó en la cara 'usted no es nada, ya no es usted'?". Parecían aquellos versos la viva imagen de su maestro, cuando este tenía 34 años, como tantas veces le había contado.

Y ya por último, había empezado a leer un libro de la biblioteca que su maestro tenía subrayado hasta casi los bordes de las páginas. Era de Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas, y aquel personaje, Humberto J. D'Arcángelo, con sus diatribas futbolísticas, con el pibe siempre en la boca, le recordaba a su maestro -quizá por eso más de un lápiz sucumbió a sus capítulos-.

Para más inri, todas las referencias eran de allá, de Argentina, donde jugó su maestro, que con el tiempo había adoptado aquel acento extraño que tan profunda risa le provocaba. Así que fue a la tasca de la esquina.

Allí estaba, con su copita de moscatel, su maestro. A pocos -ninguno era mucho decir- les había visto poner el balón en la escuadra con tan poca carrerilla. Luna el mediodía y aún no llegó la caló a su epresión másima. Cómo va pegá el Munana hoy, pibe. Se le acercó y, casi gritando, por la sordera de burro que arrastraba, soltó: "Maestro, ¿va a ver el partido?". Con la mirada fija, como en los buenos penaltis, le cogió del brazo -como en los malos-. Coge silla, carajo, que tengo qu'hablarte de limportante. ¡No te vaya tan lejo, Jacobo, y pon aquí otra copita, ca ya bebió el Papan Roma, y pon tambié un café blanco como línea de cal!. "No tomo café, ya lo sabes, maestro". Cuan ante aprenda, mejó, pibe. Lo café son bueno porque mantiene la cabesa en efervehsensia. Nuna ditrasión. Al gol, namás. Alanteyatrá, pero al gol, que sin el go son novanta minuto eterno. Jacobo regresó y puso el vaso y la copa y ambos los cogió el maestro y apoyó los codos sobre la mesa y los arrastró un palmo, al mismo tiempo. ¿Te contao guna ve cómo se la hise a Gutierré el rubio en el novantatré y la puse pa que el sueco rematara, sín, picaíta, a la sepa? Ganamo sín lahsenso a tersera y me desían ere un maestro, gallego o pibe, qué maestría tiene en el pie, la concha tu madre. No le diga tu madre que dije eso, quin dispué me riñe.¿Que sí? No sé yo, vi pensá que ya no me quea ma que contarte. Bueno, tate, que a lo mejó no sabe cómo me tiré en el sincuenta y nueve pa blocá... ¿Sí, tambié? ¿Y la de cuando Felipe me la dio y, con la razón de mi lao, pum, fiu, una vaselinita que ni la vio el de Rosario? "Abuelo, tenemos que irnos a casa. Mamá ha terminado la comida y quiere que estés duchado y presentable, que viene la familia a ver la final". La fina, la fina... El fútbol e otra cosa, no la finale. El fútbol e corré, corré y corré, pero no huí. E dale a la estrella pa que bajen, pibe. E ponerte la camiseta y volá, dale que si volá. La cabesa pa despejá y la surda pa lo hueco. El fútbol e... otra cosa, yastá, otra cosa. No la finale. El camino. El fútbol e el camino. No si llega a la finale de repente. No si llega al área del contrario de repente. Hay que caminá musho. Caminá y corré. El camino, por Dio, limportante, qui lo dijo Cavafi. Mi me llamaron el poeta del sírculo sentrá. Una intrevista que di que marcó época. Ahí lo dije. El fútbol e el camino. El fútbol e el camino y ante del gol tú tiene que sabé recordá cómo ha llegao hastaí. Dende el meta tal utillero, quin ta dao el pase y el qui difende la contra. Recordá, recordá el camino. So e el fútbol. ¡Y luego ya marca, carajo, quel público simpasienta con lo empate! Se levantaron y de un buche se acabaron los vasos. Mañana te pago, Jacobo, apunta, como yo no hise en el setenta y uno. "Abuelo, que eso fue culpa del nuevo entrenador, que te puso de extremo". Pior, de laterá, como si yo fuera bajito y veló, muchasha. Lidia iba agarrándole del brazo para que no se cayera, llevando a su abuelo a casa. "Maestro, un consejo para tirar las faltas, que el entrenador quiere que sea yo esta tarde". No diga má, pibe, que va a hasé campeón a tu equipo. La sorpresa, sas la clave. Y pasá la barrera, como en to en la vía. Jacobo gritó cuando salían por la puerta: "¡A ganar esta tarde, Lidia! ¡Y vaya suerte la tuya, maestro, que tienes una nieta que es oro!". Se giró a duras penas, sonrío y sentenció: ¡Ma salío mediosentro!