Qué
suerte la de aquellos
que se
aman contemporáneamente
no a
deshoras o a desiglos
sino
al mismo tiempo a la misma lluvia
se
aman y se cogen como dos hermanos
las
manos por las calles y en la cama
las
mejillas rojas y la sangre alborotada.
Qué
suerte la de aquellos
que se
aman en el sitio en el que están
no en
la distancia o a oscuras
sino
viéndose y temiendo los espejismos
y
pudiendo tocarse si fuera preciso
porque
en las plazas, los sofás o las orillas
las
parejas se acarician sin que las veamos.
Qué
suerte entonces la de aquellos
que en
el momento exacto y en el lugar correcto
se
aman contemporáneamente
al
mismo son y al mismo ritmo
que
marquen obedientes sus corazones
no
como tú y no como yo
que
nos necesitamos sí, pero de esta forma extraña
en la
que yo te amo y no
aquí
y ahora, escribiéndote
y tú
no me amas y sí
ahora
y aquí, leyéndome.