Un
extraño jazz te seduce el pulso. Respirando, compruebas que la vida toma algo
de ti que llevas dentro, un bosque silencioso, una nueva mancha del tiempo.
Nadie más que unos gatos han sabido mirarte dentro de los ojos, nadie más que
el ímpetu sabe de tu templanza, sólo a algunos locos les interesa lo que
enuncias. Has conquistado otra cima de la nada.
Compara
este mundo al que te propusiste: es lánguido, es ameno, tiene cobre y espanto,
azúcar y semillas. Lo que era potestad del viento ahora es un orgullo al que te
asomas. Y si hubieras saltado habrías amerizado en el centro de las dudas.
Cualquier incertidumbre hubiera sido despojada del verso. Y otras noches el
reptil inoportuno del deseo. Y otras madrugadas, una larga anfetamina de
evocarte siendo tú mismo, donde la clorofila de una caricia te apegaba al
presente, donde tenías en común con el sur su conducta de espuma, cuando era
posible tutear a los dioses.
La
fiebre. Ese faro renacido de la infancia. La misma manzana mordida una segunda
vez. La perversión de apasionarte con aquello que te da la espalda, la
redención buscada en pentagramas sin órbita ni réplica. Y quisiste reunir en
una sombra el epitafio de todos los nombres.
Ya
nada pesa tanto como seguir caminando. Has dicho adiós dejando mil residencias
-para otros con relojes más certeros-, te has vendido al mal comunismo de los
besos -cada uno mirando por sus labios-. No eres más salvaje por necesitar otro
imposible. Ni más cruel por no desentrañar las formas de las nubes. Sólo has
hecho de la soledad un idioma púrpura, un desengaño con la miel de otros
siglos, un amar muy lento.
Porque
el amor ha resultado ser lo que Neruda no te contó.
Y te
has despedido ya de tantos futuros...
No hay comentarios:
Publicar un comentario